miércoles, 21 de octubre de 2009

Gajes en el Área de Emergencia




Aquel podía ser un momento de placidez si no fuera por los estremecedores alaridos ininteligibles de una voz pueril, que venía del fondo del pasillo cerca al cual me encontraba. Pero, afinando un poco más el oído en esa dirección, lo que en un inicio pareció un clamor sin sentido fue cobrando significado: “¡Ahhhh…! Me quiero ir…. ¡Escucha, escúchame…! Quiero irme… ¡Qué me están haciendo! ¡Para qué me trajeron acá!”


Supuse, en ese momento, que se trataría de las consabidas estrofas que pregonan los pacientes del Pabellón de Emergencias del Instituto Noguchi, aquellas que aún mantiene en vilo, pese a sus años de trabajo, a Daisy Delgado, la encargada de recibir a los pacientes que llegan pidiendo atención.


Ella me platicaba sobre los casos más comunes que han pasado por su escritorio: depresivos, psicóticos, esquizofrénicos; hasta que le pregunto por anécdotas de su trabajo.


─¿No importa una anécdota negativa?─pregunta.


─No, no importa─le contesto.


─Yo recuerdo que una vez un paciente ingresó. Habían bastantes familiares y pacientes para atender, pero él quería que se le atienda primero. Yo le digo que espere un ratito, que en un momento lo iba a atender, pero éste quería que se le atienda de una vez. Era un paciente adicto a drogas, estaba en estado de abstinencia agudo. Entonces agarró una silla grande que teníamos ahí y la lanzó de frente contra mí.


Las siguientes centésimas segundos de la vida de Daisy fueron decisivas, pues un audaz movimiento instintivo determinó su subsistencia ese día. Alcanzó a agacharse sintiendo pasar el mueble por el aire, a pocos centímetros de su cabeza. Luego se deslizó hacia el tópico para guarecerse, mientras que el agresor era controlado por el personal varón.


─Si yo no hacía nada seguro que me rompía el cerebro. Con sujetos así de agresivos uno no puede confiarse. Hay que actuar rápido─comenta Daisy.


─¿Y este caso es el único en su tipo?─pregunto.


─No, hay un montón de casos─responde─. Me acuerdo del caso de un profesor que estaba así, psicótico, encerrado en clino. Clino le decimos a un ambiente en donde el paciente está en asilamiento para preservarlo a él mismo y a todo el personal, porque puede agredir o autoagredirse. Este señor estaba encerrado. Estaba yo de turno y teníamos que ponerle un inyectable. Vamos con el personal, abrimos la puerta del clino, el paciente estaba en su cama completamente desnudo.


Y así, Daisy relata cómo lo que empezó como un ejercicio de rutina, terminó por convertirse en un infortunado episodio de la historia del Instituto:


─Ni bien entramos, el paciente salió corriendo como una bala. Iba detrás del personal como queriendo coger a alguien. Estaba eufórico. Creo que era maniaco-depresivo, y los maniacos tienen una conducta sexual demasiado exasperada, son promiscuos, entonces pueden agredir sexualmente al personal. Menos mal que el personal varón lo sujetó y lo metió de nuevo al clino. Se le tuvo que poner su inyectable ya sedado.


El área de clino es una habitación revestida de madera por sus seis costados. El doctor es quien determina cuándo un paciente debe ser puesto en estas instalaciones, y ocasionalmente se recurre al uso de camisas de fuerza, pero sólo por una o dos horas. El Instituto Noguchi posee dos áreas de clino ubicadas al fondo del pasillo del Área de Emergencias, de donde provinieron los alaridos de hace un momento.


Estas estancias son utilizadas para internos que muestran comportamientos irascibles, pero no siempre son suficientes para contener sus pataletas. Daisy me cuenta que una vez un paciente instalado en un clino llegó a desarmar la cama y, blandiendo una de las maderas, destrozó el baño y la mampara de la luz.

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